En esta oportunidad el Estudio fue convocado para realizar una intervención profunda en un piso perteneciente a un edificio del año 1917, con los rasgos de la mejor arquitectura que se construía en el Buenos Aires de aquellos años. Las ventajas que presentaba el departamento eran numerosas: arquitectura exquisita, materiales de excelente calidad y una planta amplia con techos bien altos y luz natural. Era necesario desandar reformas a las que la propiedad había sido sometida y trabajar para devolverle su esplendor a pisos, frisos, molduras y herrajes originales. El primer paso fue determinar cómo se distribuiría la planta: siendo los propietarios un matrimonio con una hija y una profusa vida social, se decidió destinar la mitad de la superficie a la recepción. Un patio existente, amplio y luminoso, fue capitalizado como extensión de la zona pública de la casa, y equipado para albergar agradables tertulias al aire libre. En el cincuenta por ciento restante se organizaron los dormitorios, una sala de tv, la cocina, el comedor diario y un área de servicio. El sector cocina fue íntegramente rediseñado armando una caja vidriada que integra visualmente al espacio y genera una interesante circulación que recorre en forma de anillo todo el piso. En cuanto al diseño interior, se utilizaron muebles que el Estudio había diseñado para la vivienda anterior de la familia y también se realizó mobiliario a la medida de este nuevo hogar, con dimensiones particulares. Todo fue proyectado por Acento en líneas simples que contrasta sin competir con la caja antigua. Como complemento se recurrió a piezas de madera dispuestas de manera escultórica. Una colección de miniaturas de ciudades adquirida en sendos viajes por el mundo y otros elementos que delatan la afinidad entre el gusto del arquitecto y de los comitentes, completan la puesta.