Paredes bolseadas pintadas de blanco a la cal, pisos de laja color verde, carpintería de maderas nobles, una chimenea y arcadas al estilo mediterráneo, y en el baño azulejos de un color petróleo muy singular. Todas las señas particulares de la construcción original se respetaron a rajatabla en esta intervención. Además de dejar que el departamento hablara en su agraciada lengua de origen, se le aplicó un interiorismo sereno que hace pie en la paleta clásica de los pueblos marinos –la de los azules y verdes claros– pero que también echa mano de algunos detalles en tonos vibrantes como el rojo. Apelaciones al color que el Estudio suele evitar en el caso de viviendas permanentes pero que no es infrecuente que utilice en este tipo de obras. El equipamiento combina piezas llegadas desde Acento con otras adquiridas en tiendas de la zona, Marabierto y Occidente entre otras, siempre de maderas con lustres claros, rattan y mimbre. Un elemento que se repite de ambiente en ambiente son los mapas y las ilustraciones de barcos, leit-motiv que habla de la fascinación del dueño de casa por estos temas. Sutilezas que el Estudio Muradas tiene en cuenta para hacer que cada obra vibre en una personalidad propia y única. Como obligada expansión de esta planta de dimensiones acotadas, la terraza merece párrafo aparte. Con su deck pintado en un gris que se integra maravillosamente con el paisaje, permite vivir desde desayunos con vistas privilegiadas hasta reuniones de trasnoche con la banda de sonido del mar.