Un departamento de dos ambientes en la localidad de Quilmes era todo lo que un joven profesional requería para residir, trabajar y recibir amigos, fiel a sus gustos y estilo de vida. La premisa del trabajo de arquitectura interior encargado al Estudio fue resolver todas estas funciones en una cantidad de metros acotada. Lejos de convertirse en una limitante, la cuestión de trabajar en un espacio reducido fue tomada como una característica del proyecto que merecía respuestas tanto racionales como estéticas. Para eso se diseñaron espacios flexibles, con equipamiento fijo que diera lugar a todas las necesidades planteadas. Los pisos de parquet fueron pitados de negro, lo que le confirió al espacio una impronta muy personal. Una gran biblioteca que ocupa el muro del estar de extremo a extremo se convirtió en receptora de objetos, fotos, libros y elementos recolectados en viajes por el mundo. Una serie de muebles empotrados permitieron orden y precisión a la hora del guardado. La cocina fue íntegramente renovada y convertida en un espacio aséptico, pleno de compartimentos donde almacenar todo tipo de elementos. De esta manera, devino totalmente funcional. La neutralidad de los tonos tierra domina la paleta de colores de la ambientación y la sabia combinación de las piezas existentes logró que el departamento resultara el fiel reflejo del dueño de casa, sus afinidades y sus obsesiones.